Aún no sé qué pensar de todo esto. Que sanguinaria puede ser la mente cuando se enfrenta con el corazón. Andar preocupado por no hacer las cosas mal no resultó ser un buen negocio. Aquella mirada dulce que recibí por casi un año se transformó en un recuerdo baldío, insipiente, confuso, lejos de mimetizarse con la razón y muy cerca a la inimputabilidad por locura. Te amo tanto -me dije cuando ya todo había terminado. Sentado en una esquina de mi recámara me cubrí la cabeza con las manos para iniciar un bamboleo encabritado, usando mis piernas dobladas para mecerme. Fue inevitable llorar. Si no hubiese sido así no hubiera tenido esa pizca de dramatismo de la que te hablan los que reniegan del amor. Fui muy cobarde como para verla partir y aún más para ir a buscarla, detenerla, ahogarla con mi llanto, ponerla nerviosa con mi desesperación.
No fue sencillo desprenderme de sus labios. Mucho menos de su vida, esa que atesoraba como los duendes al final del arcoíris. Alguna vez mi hermana mayor me dijo -a veces el amor no es suficiente-. Nunca me disgustó tanto que tuviera razón. Y mi entorno también se afectó a tal punto que la pesadumbre se apoderó de los míos. Me hubiera encantado saber qué hice mal o qué no hice tan bien pero esa oportunidad me fue esquiva y ajena, muy costosa e inalcanzable. Ya no bastaba irme de viaje a un lugar alejado de la seguidilla de recuerdos, ni Arequipa, Tumbes o Tacna, ni Bolivia, Argentina o España. Cuando se adquiere un sentimiento feliz éste viene con todo un paquete antagonista, doloroso, febril. ¿Cómo podría disfrutar inmensamente del amor si antes no conocí el odio aunque sea de lejos? ¿O la tristeza? ¿La soledad? ¿El llanto? Bueno, ésto último viene gratis con un paquete casi gratuito lleno de diversos contenidos.
Cada mañana que me levanto me veo en el espejo y noto esta gran cicatriz que no se me borra a pesar que cambié muchas veces de piel, a pesar de resucitar los días lunes por la tarde, a pesar de reír nuevamente con risa verdadera, a pesar de poseer nuevos sentimientos entre los vientos cruzados que nacen del abrazo, a pesar que ya cayeron varios calendarios detrás de mí.
Durante casi un año y medio cada día fue 26 de diciembre del 2006. En realidad esa es más que una fecha. Es quizá el punto de quiebre, el umbral entre el final y un nuevo inicio, con un espíritu paupérrimo y la inteligencia hecha pedazos. Al día siguiente me pregunté ¿Cuántas noches más deberán pasar para sentirme un ser vivo nuevamente? Allí se quebró la razón, me robaron el verbo, la esencia, esa tilde que necesitaba para enfatizar mi rabia. Y aún así recordé- nunca el hombre está vencido, su derrota es siempre breve- cómo cantan los Inti, como grita un país. Entonces compré un puñado de bravura y me inyecté una dosis de silencio. Nadie más habría de escuchar mi llanto, tampoco mi risa y es que ser sordo es una deficiencia que no siempre merma la vida de una persona. A veces el silencio se convierte en una melodía muy sensible, generando un compás inspirado para el baile de las corcheas y semifusas del que nunca escuchó jamás. Una obra más grande que el mismo amor.
Hoy, como otros días también es 26 de diciembre del 2006. La noche perdió su naturaleza cosmética y encofró las estrellas. Las luces de las casas se van apagando de sur a norte. Las camas de los niños los envuelven entre sueños. Los canales van dejando de transmitir mientras los grillos empiezan a cantar, y cantan aquella canción que me seduce y me irrita a la vez, un arrullo incomparable para el que nunca durmió bajo la sábana oscura del cielo y sobre la tierra fértil que nos ayuda a seguir vivos. Pero algo ha cambiado, el cansancio me tiene poseso y ya no siento lo mismo. Mañana será otro día, un nuevo día, un día nuevo. Mañana es 27 de cualquier mes, de cualquier año. Los gallos cantarán temprano. ¿Qué me mantuvo tan lejos del mundo? La verdad no lo recuerdo amigo mío. Para mí eso es parte del pasado.