jueves, 27 de febrero de 2014

Laberinto


Un soterrado grito de auxilio se escurrió entre mis labios con el primer suspiro matutino consciente de esta prematura mañana, un grito lacerante proveniente de un desgarro liberado de mi alma, la que levita acompañada de lamentos y congoja.

Luego de aquel tímido intento de socorro, una cápsula silente le dio un beso apasionado a mi boca, ahogando la rebelión de mi espíritu, sellando mis dientes con la resignación de aquellos que asumen su destino, atando mis cuerdas vocales con cadenas de interminables eslabones, cavando bajo mi cama un hoyo con tres metros de profundidad.
No era mi costumbre pedir asistencia pero algo en mi interior estaba muy mal. Me sentía a un paso de caer en la locura, de perder la memoria, de exiliar los bellos recuerdos que se aferraron a mi mente como se aferra un moribundo a la vida en sus últimos latidos. 

Para el final de la noche, ya todo esfuerzo se hizo vano. El llanto rebasó mis ojos y la luz acabó con el reinado de la penumbra que durante tantos años me había sometido.
Nunca es tarde para reconocer nuestras carencias aunque la aceptación de las mismas no conlleve implícitamente consecuencias positivas. Era cierto. Toda mi vida me mantuve pidiendo auxilio pero nunca pude encontrar la salida a semejante laberinto.

Bajo el gobierno de la luna, cuando el neón tiende una alfombra de gala para el paso de mis demonios, en ese instante por fin me tragó el silencio.