sábado, 16 de marzo de 2013

26 de diciembre del 2006

Aún no sé qué pensar de todo esto. Que sanguinaria puede ser la mente cuando se enfrenta con el corazón. Andar preocupado por no hacer las cosas mal no resultó ser un buen negocio. Aquella mirada dulce que recibí por casi un año se transformó en un recuerdo baldío, insipiente, confuso, lejos de mimetizarse con la razón y muy cerca a la inimputabilidad por locura. Te amo tanto -me dije cuando ya todo había terminado. Sentado en una esquina de mi recámara me cubrí la cabeza con las manos para iniciar un bamboleo encabritado, usando mis piernas dobladas para mecerme. Fue inevitable llorar. Si no hubiese sido así no hubiera tenido esa pizca de dramatismo de la que te hablan los que reniegan del amor. Fui muy cobarde como para verla partir y aún más para ir a buscarla, detenerla, ahogarla con mi llanto, ponerla nerviosa con mi desesperación.

No fue sencillo desprenderme de sus labios. Mucho menos de su vida, esa que atesoraba como los duendes al final del arcoíris. Alguna vez mi hermana mayor me dijo -a veces el amor no es suficiente-. Nunca me disgustó tanto que tuviera razón. Y mi entorno también se afectó a tal punto que la pesadumbre se apoderó de los míos. Me hubiera encantado saber qué hice mal o qué no hice tan bien pero esa oportunidad me fue esquiva y ajena, muy costosa e inalcanzable. Ya no bastaba irme de viaje a un lugar alejado de la seguidilla de recuerdos, ni Arequipa, Tumbes o Tacna, ni Bolivia, Argentina o España. Cuando se adquiere un sentimiento feliz éste viene con todo un paquete antagonista, doloroso, febril. ¿Cómo podría disfrutar inmensamente del amor si antes no conocí el odio aunque sea de lejos? ¿O la tristeza? ¿La soledad? ¿El llanto? Bueno, ésto último viene gratis con un paquete casi gratuito lleno de diversos contenidos.

Cada mañana que me levanto me veo en el espejo y noto esta gran cicatriz que no se me borra a pesar que cambié muchas veces de piel, a pesar de resucitar los días lunes por la tarde, a pesar de reír nuevamente con risa verdadera, a pesar de poseer nuevos sentimientos entre los vientos cruzados que nacen del abrazo, a pesar que ya cayeron varios calendarios detrás de mí.
Durante casi un año y medio cada día fue 26 de diciembre del 2006. En realidad esa es más que una fecha. Es quizá el punto de quiebre, el umbral entre el final y un nuevo inicio, con un espíritu paupérrimo y la inteligencia hecha pedazos. Al día siguiente me pregunté ¿Cuántas noches más deberán pasar para sentirme un ser vivo nuevamente? Allí se quebró la razón, me robaron el verbo, la esencia, esa tilde que necesitaba para enfatizar mi rabia. Y aún así recordé- nunca el hombre está vencido, su derrota es siempre breve- cómo cantan los Inti, como grita un país. Entonces compré un puñado de bravura y me inyecté una dosis de silencio. Nadie más habría de escuchar mi llanto, tampoco mi risa y es que ser sordo es una deficiencia que no siempre merma la vida de una persona. A veces el silencio se convierte en una melodía muy sensible, generando un compás inspirado para el baile de las corcheas y semifusas del que nunca escuchó jamás. Una obra más grande que el mismo amor.

Hoy, como otros días también es 26 de diciembre del 2006. La noche perdió su naturaleza cosmética y encofró las estrellas. Las luces de las casas se van apagando de sur a norte. Las camas de los niños los envuelven entre sueños. Los canales van dejando de transmitir mientras los grillos empiezan a cantar, y cantan aquella canción que me seduce y me irrita a la vez, un arrullo incomparable para el que nunca durmió bajo la sábana oscura del cielo y sobre la tierra fértil que nos ayuda a seguir vivos. Pero algo ha cambiado, el cansancio me tiene poseso y ya no siento lo mismo. Mañana será otro día, un nuevo día, un día nuevo. Mañana es 27 de cualquier mes, de cualquier año. Los gallos cantarán temprano. ¿Qué me mantuvo tan lejos del mundo? La verdad no lo recuerdo amigo mío. Para mí eso es parte del pasado.

lunes, 11 de marzo de 2013

Conmigo un ángel

¿Tenías 16? ¡Qué bestia! ¡Cómo ha pasado el tiempo! La verdad no esperaba verte de nuevo tan pronto pero ahora que te veo me siento mejor. Ya no estaré solo otra vez. ¿Sabes? Ese día no pensé salir a trabajar. Me dio mucha flojera despertarme después de haber tenido un domingo tan alborotado. Entonces me dije -No vayas sólo por hoy. Repórtate enfermo por una vez en tu vida. No creo que la oficina entre en caos porque un portapliegos como tú no vaya a trabajar. Pero mi maldito sentido de la responsabilidad no me dejó quedarme y como arte de magia ya estaba bañándome y luego desayunando para ir a tomar el micro. ¿Qué si presentí algo? Pues no y es que nunca he estado tan conectado con mi realidad. Menos con una parte inconsciente de mi.

Justo por esos días estuve pensando en ti. ¿Recuerdas las cosas que hacíamos? ¿Nuestras idas al cine o a comer cualquier cosa que tuviera por lo menos algo de sabor? Bueno, fueron épocas muy bonitas, llenas de alegría y de cierta inocencia que ahora se ve poco. Ha pasado tanto tiempo y recién me voy a animar a contarte algo que para mi era ultrasecreto, privado, misterioso, tan misterioso como los escritos de una quinceañera en su diario personal. Lo diré de una vez sin respirar ni chistar. Yo estaba enamorado de ti. Si, desde niño, cuando usaba pantalones cortos y jugaba a la pelota. Yo te veía pasar y me decía- ¡Qué bonita!- mientras los ángeles bailaban a tu alrededor. En particular me gustaban tus ojos, tu sonrisa, tus cabellos castaños adornados por dos colitas y un lazo verde que completaban un día primaveral por donde vivíamos. ¡Cómo extraño aquellas épocas! Tenía amigos y juegos, felicidad sin premura, tristeza aislada. Tenía sueños y te tenía a ti, y es que a pesar de que nunca te dije lo que sentía, sabía que muy en el fondo tú también me querías y te sonrojabas cuando me veías llegar.

Ahora que te veo después de tantos años siento que la armonía regresó a mí para no marcharse nunca más. ¿Qué si me enteré lo que pasó? Pues no, yo andaba de viaje intentando alejarme de un amor que me dejó como papel. Me enteré luego, varios años después, cuando ya era de más intentar vivir presintiendo tu ausencia. ¡Pero bueno, bueno, no nos pongamos tristes ahora que nos hemos reencontrado! Hablemos de todo un poco, riamos hasta toser como locos, corramos sin que nadie nos intente parar, juguemos, bailemos, seamos felices y redundemos en todo eso!

Espera un momento.... ¿Tenías 16? Aún no lo puedo creer y me imagino que tú tampoco puedes creer lo que me pasó a mí. ¿Recuerdas que te dije que justo ese día estaba pensando en ti? Pues así fue. Me preguntaba en qué lugar podías estar, en qué parte, en qué mundo. Y caminé con tu imagen tatuada en mis pupilas. Seguí el paso y de repente nunca más dejé de caminar, hasta que llegué aquí y te vi más hermosa que nunca, abriéndome los brazos y sonriendo como cuando éramos niños. A veces el tiempo castiga y azota con el olvido de las personas que significaron mucho en tu vida. Yo vencí al tiempo y te recuerdo más que nunca. Ahora que estamos juntos de nuevo nada nos podrá separar. ¿Qué si extraño estar vivo? Ya no más Camila, ya no más. Ahora estoy contigo.


Dedicado a Camila Lafagne.


Derechos Reservados. 2010. Javier Salas Solís.

domingo, 10 de marzo de 2013

El Orate

Era un hombre rojo, con miradas extrañas y comportamientos abstrusos. Lo habían tomado como orate pues según la gente, hablaba solo y saludaba a los lugares vacíos. Cuando la mañana empezaba recorría fielmente las calles, le agradaba ver el cielo y el vuelo de las palomas, respiraba levemente el aroma de los vivos, hablaba solo y saludaba a los lugares vacíos.


Era un hombre viejo y tras sus trapos raídos y su cabellera enmarañada, se encontraba alguien útil para el comentario despiadado del gentío. Por las tardes asistía a las misas, deambulaba por los pasillos de la iglesia, el Padre lo acogía irremediablemente, el hombre extraño se sentaba en una banca en un rincón alejado del tumulto, hablaba solo y saludaba a los lugares vacíos.

No era feliz pero se contentaba con las sobras de la alegría de los demás. Por las noches caminaba por la plaza mientras la gente lo esquivaba, se sentaba en una banqueta muy cercana a la pileta y gozaba de la brisa nocturna, hablaba solo y saludaba a los lugares vacíos.

Cierto día, la ciudad despertó con miedo. El hombre rojo había muerto, deprimido por la soledad, acorralado por las fuertes miradas del desprecio. En cierta oportunidad me tocó morir también, me acerqué tímidamente al Señor y le pregunté por aquel hombre extraño. El Señor me dijo: ¡Extraño es aquel que sólo sabe mirar con los ojos!

Me sentí confuso y de pronto me hundí en la vergüenza. Miré hacia abajo, al mundo de los vivos, y pude observar la realidad. La ciudad no era cuerda y mucho menos el gentío. Los ángeles hablaban y saludaban a la gente con la pena silente de no ser correspondidos.
 
http://www.youtube.com/watch?v=4-q2t-YDeeM


Derechos Reservados. "Casiopea". ODA - 2001.