Dormir bajo el cielo de este mundo aciago, soñando entre nubes, alucinando
soles, lunas y estrellas mientras asimilo que soy parte de un firmamento que
nadie quiere mirar por temor; levitar en lo denso intentando prevenir una caída
definitiva, abrir los brazos para volar con rumbo a casa deseando que mi cuerpo
se convierta en cenizas al atravesar la atmósfera, luchar por ser libre
rompiendo las cadenas que esclavizan mi moral, mi manera de creer y de confiar.
Dormir bajo el cielo de este mundo no resulta lo más adecuado.
Respirar en equinoccio a pesar de haber muerto en solsticio, volverme
insomne para ponerle fin al gobierno de las pesadillas, parecer deslumbrado por
la opacidad de aquello que muchos vieron como luz, desnudar mis pensamientos
para liberarlos del pudor y los miramientos de una conciencia colectiva mojigata
que elimina los "mea culpa" al salir de las iglesias, ser de los
pocos que levantan la mano cuando se repasa la lista de culpables, asumir en
solitario que este espacio es demasiado corto para todo lo que hay por decir,
enmudecer entre el bullicio cuando se trata de pedir, alzar la voz para
reclamar por la justicia y equidad ausentes a pesar de sentir los labios
cocidos. Dormir bajo el cielo de este mundo no es conveniente.
Suturar el corazón que se remoja en vino tinto por falta de sangre, ponerle
un yunque al alma para evitar que abandone el cuerpo de quienes dejaron morir a
su niño interior, clausurar mi boca para que la gente que me estima no escuche
el grito desgarrador que vive abundante en mi garganta, sellar mis oídos para
resistirme al susurro de aquella que pernocta bajo mi cama; vivir y crecer
entre grises a pesar de haber nacido entre colores, ahuyentar a mi arcángel
para evitar que sea devorado por el bostezo de alguno de mis demonios, sonreír
para dibujarme arrugas afianzando la pantomima de aquella mentira llamada
felicidad. Dormir bajo el cielo de este mundo no resulta recomendable.
Convertirme en melodía para recibir latidos con linfa cada vez que soy
interpretado, ser bastidor de una pintura en blanco que agoniza mientras lo
consume el terror al vacío, sucumbir ante la triste realidad de no ver mi
reflejo en un espejo por falta de brío y fiereza, poetizar sin rima, métrica y
ritmo, cantar irrumpiendo pentagramas, asesinando corcheas, fusas y semifusas,
llenar de silencios las comparsas de los carnavales que se someten al cemento y
la añagaza, dejar que explote el podio desde el cual arremeto contra la
indiferencia, ser oído pero no escuchado, ser escuchado pero no comprendido,
ser tildado de anarquista en un planeta donde nada está en su lugar. Dormir
bajo el cielo de este mundo es mucho más que inapropiado.
Dejar que llueva en mis ojos para calmar la sed de la tierra que empieza a
tragarse mis huesos, inmolarme consumiendo valentía para darle paso a la
temeridad, apagar mi vida como se apagan las luces cuando va a empezar una obra
de teatro, ser actor principal de ésta y morir como un "extra" más
que pasa desapercibido por todo aquel que no repara en los detalles, aceptar
que soy un ente periférico que se aleja progresivamente de su núcleo vital,
cerrar un trato con el amo del tártaro para ganar olvido sacrificando
trascendencia, eclipsar mis ojos para caminar eludiendo a los fríos que buscan
comerse mis retazos, recoger mis pasos para no dejar una lista de asuntos
pendientes como herencia. Dormir bajo el cielo de este mundo es altamente
nocivo.
Dormir no es, en sí mismo, un acto peligroso, mucho depende de quién, cómo
y dónde se duerme.
Ella duerme bajo mi cama desde hace mucho, desde aquella noche en la que se
enteró que me había dado cuenta que el techo que se posaba sobre mi cabeza se
estaba quebrando, mostrando su cara real, sin dogmas utopías o fantasías.
Ella duerme bajo mi cama y algunas noches ronca para hacerme recordar su tenebrosa
presencia, en otras, canta para aminorar la falta de ponderación de mis nervios,
y muy pocas veces, sale de cacería para permitirme respirar tranquilo.
Ella duerme bajo mi cama y me abraza para que sienta su atracción, su
invitación intacta para iniciar un amorío, su apariencia de respuesta a las
miles de interrogantes que deambulan en mi mente.
Ella duerme bajo mi cama
pero eso no me atormenta ni me preocupa, no causa mayor efecto en mí. Ella duerme
bajo mi cama, ella, la muerte, y hay un riesgo latente de que una de estas
noches despierte.