jueves, 17 de octubre de 2013

La banca

¿Cuántas formas de separación existen en el universo? No me refiero al espacio cósmico sino a todo lo que nos rodea, como las diversas formas expresivas del verbo, del arte, los idiomas, las creencias y religiones, pensamientos históricos y golpes del tipo emotivo o pasional y demás conceptos que conforman el infinito.
¿Cuántas formas de amar existen en ese mismo universo? No aludo sólo al amor de pareja, al filial o al que nace de una amistad especial sino a todo tipo de amor que puede ser llamado de diversas formas según aquellos conceptos sempiternos.
No tengo respuesta a ninguna de las dos preguntas pero si un punto común, una parte en la que ambas interrogantes se interceptan y entrelazan para establecer una incógnita más intrincada: ¿Una verdadera amistad puede separarse?
La amistad que Almendra y yo teníamos era muy especial, excelsa, indiscutible y eso no lo sentía de manera gratuita. En exclusivas ocasiones ocurre que las personas forman una especie de sinergia, un sincretismo de lo que cada uno siente y en ese espacio es posible experimentar momentos felices y tristes, de ida y vuelta, algo único. Es una amistad donde no existe el amor de pareja, ese amor que se viste de una sensación tibiecita que caracteriza a dos personas que necesitan piel y se complementan. Es algo que no se puede definir con claridad y menos en estos tiempos donde decirle “amigo” a alguien es muy fácil aunque no sepamos lo que dicha palabra conlleva en sus entrañas.
Usualmente, Almendra y yo nos reuníamos cuando el tiempo lo permitía para contarnos nuestros proyectos, nuestras penas y alegrías, compartíamos libros y discos de música, yo disfrutaba escucharla y ella hablarme y de vez en cuando intercambiábamos los roles.
Una tarde de invierno, Almendra me dijo algo que no pensé escuchar jamás mientras estábamos sentados en la vieja banca del parque que fue testigo de tantas reuniones. Ella me dijo que nuestra amistad debía tomar un rumbo diferente, que era mejor tomar distancia y ubicarnos en planos distintos pero que ello no significaba que dejaríamos de ser amigos. Sólo opté por observarla por minutos mientras su boca articulaba palabras cuya resonancia rebotaba en la puerta de mis orejas sin poder detener el nacimiento de un espacio nebuloso en mí interior. Me escapé de sus pupilas y comencé a distraer mi vista con el paisaje que circundaba la banca sobre la que estábamos sentados.
¿Nuestra amistad era asfixiante o demasiado cercana? Tengo un “no” rotundo para esa pregunta. Para mí era una amistad verdadera. ¿De qué manera podríamos tener una amistad diferente? Almendra quería una amistad cuyo concepto no entendía pues mi forma de expresarla distaba mucho de su propuesta. No sabía si le había pasado por la mente la posibilidad de perderme como amigo pero tenía claro lo que yo esperaba de una amistad tan larga y construida bajo la sombra de un viejo árbol que cubría la vetusta banca de un parque.
No sé cuántos tipos de amor surgen en la interacción entre personas ni cuántas formas de separación hay como forma de equilibrio. Nadie se escapa del proceso de amar y menos de una separación, menos yo que aprendí a vivir a tropezones y con lentos reinicios. Con el tiempo, el terreno pantanoso de las incógnitas se volvió límpido para luego dormir dentro del baúl donde protegía mi memoria. Todavía cruzo por ese parque y en ciertas ocasiones me parece vernos a Almendra y a mí sentados en aquella banca y sobre todo recuerdo las últimas palabras que le dije aquella tarde en la que puso en jaque mate nuestra amistad: “Que te vaya bien, Almendra. Espero volver a ver a mi amiga algún día”.
 

lunes, 14 de octubre de 2013

Luciano y yo


Luciano tenía calambres en el alma, una vida de pesadilla que no se limitaba a un sueño desagradable causante de miedo y angustia. Su pesadilla se producía mientras estaba despierto, expuesto a la desgracia de permanecer obligado al día a día, víctima de los absurdos pensadores que gritaban a todos los vientos que “la vida es un derecho” pero que no se atrevían a aceptar que detrás de esa frase había más bien una obligación de vivir, de no hacer nada en contra de ello, de resignarse a tener pulso.
Luciano nunca fue feliz pero tuvo tímidos encuentros con la alegría, se dejó cobijar por la venturosa resolana de los días del pasado, probó las más suculentas comidas preparadas por su madre, durmió siempre bajo un techo que lo separaba del universo en el que ser nada era parte de algo, conoció el amor de una mujer que a la larga fue más humana que nadie y lo dejó para experimentar más de aquello que ya había recibido sin merecerlo.
Luciano se escupía sangre en el corazón para mantenerlo rojo y respiraba lenta y pausadamente con la esperanza de que algún día el oxígeno no le causara efecto y pudiera prescindir de él.
Luciano sentía que no era más valioso que un animal y jamás se sintió superior a los demás de su especie, aquella casi extinta que le reclamaba volver a su lugar. Con el paso del tiempo, conoció otra de las frases célebres que usan las personas que necesitan una justificación baladí para no entrar en razonamientos capaces de destruir sus dogmas y tautologías: Todos hemos nacido con un fin, con un objetivo. Todos tenemos un plan”. Esto no era un imperativo categórico para él sin embargo, en un esfuerzo por lograr un máximo acercamiento a dicha falacia, concluyó que las personas debían medir su necesidad de existir sobre la base de lo útiles que podían ser para el resto. “Mientras más útil eres para el resto más se justifica tu necesidad de existir”, decía. Una relación directamente proporcional a la vista del espectador más humilde y sin prejuicios.

Luciano se volvió un utilitarista, una especie de seguidor marginal de John Stuart Mill, y la marginalidad obraba en las extremas interpretaciones que le daba al principio de la mayor felicidad. Pero al final de su profundo razonamiento decidió serle útil no sólo a las personas que amaba, sino también a todas aquellas a las que pudiera dar una mano desde el lugar y la ocupación en la que se encontraba. Él continuó teniendo calambres y pesadillas pero sentía que ello no influía de manera negativa en su firme propósito por hacer que el hecho de “existir” valiera la pena, tuviera un significado que trascendiera el simple hecho de respirar, de latir.
Luciano de despojó totalmente de su caparazón porque creyó que la atmósfera en la que vivía lo iba a nutrir con experiencias que lo ayudarían a mover el planeta en el sentido preciso para provocar un cambio en la humanidad. Usó todos sus sentidos para asimilar aquello que pudiera enriquecer sus intenciones, sus propósitos, y acabó presa del espanto y la desilusión. Muchas personas eran cada vez más frías, egoístas, fieles únicamente a sus intereses, dedicadas a cuidar lo propio, convirtiéndose en esclavas de lo que alguna vez les dio júbilo. La idea de volver lo propio en algo compartido había sido desterrada sin opción de retorno ni repatriación.

Luciano se expuso en exceso y se infectó de la peste que consumía a la especie, arriesgó su integridad confiando en su capacidad para tomar decisiones. Las cosas cambiaron. También Luciano. Los calambres en su corazón fueron acompañados por la presencia sintomática de una depresión insondable, carroñera y posesa de aquellos demonios que van consumiendo el alma, que someten y anulan cualquier intento de liberación. Con el transcurrir del tiempo se fue quedando solo pues ciertas personas se asustan al observar situaciones como estas, muy pocos quieren estar junto a una persona golpeada por el lado de la vida que no les tocó conocer. Es muy fácil celebrar y ser parte de la fiesta. Muy difícil limpiar los vestigios y ayudar a calmar las tempestades.
Luciano completó sus zonas grises hasta que ellas lo gobernaron como una inefable dictadora, como la dueña del mazo que rompe la piñata. Creció y, pasadas dos décadas de su vida, se tropezó con un espacio donde nadie necesitaba ayuda, donde no se sentía útil bajo ningún punto de vista y lo tragó el horror, la ignominia, la cruda realidad. No requirió mucho tiempo para preguntarse a sí mismo ¿Ahora para qué existo? ¿Qué fin justifica mi vida? Ninguna respuesta satisfacía la agresividad de semejantes preguntas por lo que decidió terminar con su leonino “deber de vivir” y con los lugares comunes que tamaño estado hacía suyos.
“No es preciso vivir por vivir. Hay personas que sienten que su vida está destinada a un propósito. Benditas ellas que tienen un podio al cual llegar, una meta que se vislumbra al final del horizonte o aquellas que se conforman con inventarse una”, decía.
Nada de esto me parece pasmoso. Fuera de creencias religiosas, nadie ha explicado el simple hecho de la naturaleza de vivir pues se trata de un estado muy difícil de descifrar si sólo se le ve desde el punto de vista biológico. Existen aquellos que celebran su vida a diario y también aquellas que no saben qué hacer con ella.
Mi última conversación con Luciano fue por vía telefónica. Lo noté tranquilo y, a diferencia de otras conversaciones, no me hizo pensar más de lo debido porque sabía que estaba a punto de acurrucarme entre las tibias sábanas de mi tálamo. Desde aquella noche no volví a saberlo con vida, me refiero a la de los comunes. El amanecer fue tan desolado que ni el más cruento de los lutos podría haber cambiado su apariencia devastadora. Poco queda por decir. Con él, falleció un pensamiento que con el paso de los años se convirtió en la filosofía que jamás podrías encontrar en un libro de cátedra, en las aulas de un centro de estudios o en una mesa cualquiera de una cafetería cualquiera.
¿Es condenable romper las costumbres y creencias de la mayoría? Absolutamente no. ¿Es obligatorio vivir enmarcado en el patrón mediocre que indica “nacer, crecer y morir”? De ninguna manera. A la distancia me aborda un escalofrío que me suspende y me advierte: Luciano me decía “eres muy parecido a mí, ya lo comprobarás cuando salgas al verdadero mundo. Luego conversaremos acerca de lo que nadie quiere oír pero será en otro escenario aunque en el fondo todos permanecemos en el mismo sin saberlo”.

domingo, 6 de octubre de 2013

Niña de ojos verdes

 
 
 
 

Niña de ojos verdes, ¿qué te trae por aquí? ¿Qué es lo que buscas en este lugar que ya no exista en tu reino?

Niña de ojos verdes, ¿cómo llegaste a este camino? ¿Saliste libremente o escapaste de tu cautiverio?

Niña de ojos verdes, no son sólo tus ojos los que te ensalzan, hay muchas cosas en ti que te hacen diferente.

Niña de ojos verdes, muchas preguntas me asaltan, ¿Crees en el destino? ¿Ha jugado el azar, el albur o la suerte?

Niña de ojos verdes, ¿Qué ángel protege tu espíritu rebelde? ¿Quién creó tu chispeante ser y lo volvió tan infinito?

Niña de ojos verdes, el sol ha empezado a nacer, el cielo está despejado, hoy será un día bonito. 

Niña de ojos verdes, entraste en escena de manera azarosa pero oportuna para el tiempo de los humanos.

Niña de ojos verdes, la noche saciaba su hambruna como los años van saciando la vejez de las manos.

Niña de ojos verdes, tu sonrisa reinventó la mía, como una locura exenta de medicación y terapias.

Niña de ojos verdes, tu risa me convidó a vivir en un circo colmado de payazos, algodones y melapias.

Niña de ojos verdes, tan revoltosa y juguetona, le pusiste música a mis silencios, pintaste mis murallas con colores.

Niña de ojos verdes, me regresaste a los cinco años cuando mi boca albergaba risas y no llantos por dolores.

Niña de ojos verdes, nunca quise crecer y la barba me ha crecido mientras estoy sentado sacando cuentas.

Niña de ojos verdes, las arrugas y las canas son cruentas pues exigen altos precios para no ser descubiertas.

Niña de ojos verdes, sonríe como día de primavera, inventa frases y sonidos, arráncale cosquillas a mi mal humor.

Niña de ojos verdes, cuéntame una más de tus historias, deambula entre bosques y palacios, desde la raíz a la flor.

Niña de ojos verdes, ¿quién apaga tu luz? ¿Quién se atreve a silenciar tu risa? ¿Quién te quita el brillo aprovechándose de tu amor?

Niña de ojos verdes, no hay ley sin licitud ni delincuente que no la transgreda. ¿Acaso no hay tribunales donde manda Dios?

Niña de ojos verdes, ¿por qué corres? ¿De quién huyes? ¿Qué te asusta tanto para no querer ver lo que tienes?

Niña de ojos verdes, no te conformes con simples diamantes, tu corazón es el tesoro más valioso que posees.

Niña de ojos verdes, deja de llorar, aleja la angustia de tu rostro que aún queda mucho camino para ver el horizonte.

Niña de ojos verdes, pelea tus batallas, ponte de pie en las caídas, sigue cantando como lo hace el sinsonte.

Niña de ojos verdes, ¿Qué rosa no tiene espinas? ¿Qué flor no se marchita? Nadie se salva de tener un lado oscuro.

Niña de ojos verdes, me hidraté de tu compañía y tu silencio. ¿Por qué dejaste caer del cielo semejante muro?

Niña de ojos verdes, si te vas a ir no te olvides de despedirte, de cerrar la puerta, de echarle llave, de decir adiós.

Niña de ojos verdes, déjame escapar de tus pupilas, apaga la luz si lo deseas pero permite que me ilumine el sol.

Niña de ojos verdes, seca tus lagunas que me ahogan, rompe mis cadenas con tus dedos, aleja de mí la soledad.

Niña de ojos verdes, no me enfrentes al olvido, no dejes caer en el limbo los recuerdos que me dieron claridad.

Niña de ojos verdes, responde a mis señales de humo, escucha el sonido de tan profuso silencio, asómate entre la gente.

Niña de ojos verdes, había tanto por decir pero cada palabra y su sonido fue aprisionada en la cárcel de mis dientes.

Niña de ojos verdes, todo es más claro en la alborada, cuando agoniza la noche con el contraste de las alucinaciones.

Niña de ojos verdes, en cada respiro se forman muchos nudos en el alma cuando se conoce tanto de desilusiones.

Niña de ojos verdes, me caí de tus pupilas en un parpadeo vertiginoso que ocurrió la última vez que te pensé.

Niña de ojos verdes, comencé a ser libre como si yo hubiese creado la misma libertad y el cinéma Verité.

Niña de ojos verdes, los míos se convirtieron en un hoyo profundo que absorbió lo típico, lo usual, lo raro.

Niña de ojos verdes, sigo sin saber qué te trajo por aquí pero hay algo en mí que ha quedado muy claro … nunca viniste para quedarte ni a dejar algo de ti, tomaste lo que necesitabas y luego partiste a tu espacio de seguridad, como gran parte de la humanidad y aunque ha sido triste nada ha sido en vano, sólo recuerdo que te vi partir dejando polvo donde alguna vez hubo flores y no recuerdo si fue un lunes, martes o viernes.  Hasta siempre niña de ojos verdes, yo también me marcho, ya estoy listo para el sol.