viernes, 27 de diciembre de 2013

POSDATA

“Luego de tu partida pasé varios años con un agujero enorme donde alguna vez tuve corazón, lo cubrí con trozos arrugados de papel de regalo de mis días infelices y suturé la herida con algunos cabellos tuyos que quedaron prendidos en aquella sudadera que me devolviste la última tarde que nos vimos. Sabía que todo iba a ser muy difícil pero debo aceptar que con los años me he convertido en un tipo muy vulnerable, franqueable desde muchos puntos de vista. De nada me ha servido tanta educación y cordialidad, el espíritu bonachón y el atrevimiento de aferrarme a una fe que es excesivamente dogmática. Luego de dejarte ir no te pedí nada que abandonara la razón. Quizá la insania haya gobernado mi mente como un eclipse parcial pero me es urgente pedirte algo antes que se caigan los papeles arrugados del pecho y se desaten los cabellos que lo suturan, antes que me gobierne la locura completamente y mis recuerdos sean archivados en un historial clínico. Déjame algún rastro, algunas migajas, un camino transitado, unas huellas frescas, tu perfume regado entre cada pausa, una marca inteligible que me permita volver a casa”.


Dedicado a Luana Lafagne.

Perorata


¿Qué niño hecho dibujo nació en Sudamérica con mucho color y pasiones abundantes, con mirada de anciano y pensamiento señorial, con paso melódico, cargando banderolas, regando jardines y cosechando amistades?


¿Qué niño recibió nuevos trazos en la ciudad de Lima, alcanzó la adolescencia y se asimiló atribulado, guardó el arcoíris en la cartuchera y se vistió de gris, se enamoró del amor y cayó en un abismo profundo?



¿Qué niño soportó los borradores, el corazón remendado, el espíritu hecho calcomanía, la caída de su cielo celeste, caminar al borde del abismo por décadas y no correr la suerte de perder el equilibrio, ver su mundo hundido y con él a muchas de las personas que más quería?

¿Qué niño se escapó del papel y decidió dejar de ser figura y fondo, transmutarse en lluvia de verano, escapar de la ciudad de cemento, ponerle fin a su caricatura, a su tribulación, a su vida grisácea, a su febril enamoramiento pues el niño nació una vez pero murió muchas otras, fue velado en cada oportunidad pero nunca recibió un digno entierro?

¿Qué niño aceptó las consecuencias de empezar a latir sin el propio consentimiento y ha sido constreñido a permanecer en esta esfera purulenta para seguir cumpliendo el rol de hijo, hermano pero jamás el de un hombre común amado y respetado por su condición de sobreviviente y creyente en la importancia de trascender lejos de la banal fama?

Una flama rebelde se ha escapado de la chimenea del taller del dibujante y mi navidad se va convirtiendo en año nuevo mientras el fuego va consumiendo mi dibujo, mis trazos, mi falta de color. Con el humo me libero de este juego sin contrincantes y pronuncio por última vez esta inveterada perorata:  

¿Qué niño hecho dibujo desapareció entre la humareda, aquella que volvió cenicienta la noche, que regaló un poco de sombra a los colores y se llevó a otro cielo a ese niño atribulado para que pasadas las tres décadas pudiera volver a nacer?


Escrito dedicado con amor propio.

sábado, 7 de diciembre de 2013

UNICIDAD

¿Cuántas veces me han intentado cambiar, modificar la personalidad, hacerme distinto o disfrazar el carácter, moldearme como un montón de barro, darme forma como a un ficus, transformar mi aspecto como cuando se esculpe una piedra? Muchas, quizá más que las veces en las que me han aceptado en mi forma natural.

Estos intentos de cambio han tomado dinamismo en el tiempo como  movimientos pendulares, empezando desde lo físico, lo corpóreo, lo aparente hasta lo interno, lo inmaterial, lo intangible y en el camino las combinaciones grises, abyectas para el reino del color.

Desde hace algún tiempo vengo caminando al borde del abismo, en el umbral que separa el sol de las sombras y en ningún momento me he detenido para tomar precauciones sobre el equilibrio y la estabilidad necesaria para no caer o cruzar la línea. Allí no se encuentra la magia, la fantasía que viene intrínseca en la misma idea de vivir. Cerrar los ojos y caminar sin medir las consecuencias puede, en ciertas ocasiones, ser tildado como un acto de temeridad, pero en otras, una muestra de valentía cojonuda.

Un día de esos que pasan desapercibidos en el calendario, vi con acomedida sorpresa que el camino estaba quebrado, que se había producido un derrumbe, un punto aparte en la oración, sin embargo, ello no aquietó mi marcha. A la distancia, vislumbré el ponderoso movimiento del péndulo que, hasta ese entonces, era netamente figurativo y corrí acelerando la velocidad pertinente para tomar impulso y colgarme de la bola de acero que estaba suspendida del hilo. Así, inicié los viajes de ida y vuelta en el tiempo mientras parpadeaba.



En un primer parpadeo, me vi cuando tenía trece años de edad, con el cabello largo, enmarañado gracias a su naturaleza ondulada y caprichosa, con las uñas largas de la mano derecha, necesarias para tocar el charango y los rasgueos del neofolklore que estaba descubriendo, con espíritu rebelde, nada indiferente a los procesos sociales que se estaban viviendo en los países de América Latina, con la protesta como virtud y la palabra como don, estrafalario pero formal, amante de lo justo y de las causas perdidas, romántico empedernido, excesivamente nostálgico de los tiempos mejores y, sobre todo, fervoroso creyente de Cristo.

El péndulo siguió su movimiento y en un segundo parpadeo me vi a la edad de dieciséis años, con el cabello corto, con las uñas severamente recortadas, con la voz impresa en palabras, escribiendo mis pensamientos desde cualquier punto de la ciudad que me prestara alguna forma de superficie, renegando por la desigualdad y las muertes injustificadas, por la injusticia y el enriquecimiento de algunos a vista de todos, amando como “Cyrano de Bergerac”, durmiendo bajo la sombra de mi obnubilado recuerdo, protegido por mi creencia en Cristo.

Parpadeé por tercera vez y logré verme a la edad de diecinueve años, nuevamente con el cabello crecido, con la barba incipiente y la uñas crecidas, resucitando de entre los muertos, convocando a la cofradía para continuar con nuestros retos, con vestimenta informal, siempre educado y respetuoso, más agudo en mi prosa, más severo en mis coplas y melodías, más travieso para amar y más propenso a golpearme por la desilusión y la perfidia, aferrándome a mi Fe y poniendo la cara contra el viento para reclamar de modo ufano que nunca hubo miedo, sólo retraso en reconocerme y hacerme valer.

Parpadeé por cuarta vez y me vi en el presente, tal como soy ahora, con el cabello corto, perfectamente afeitado, algunos días vestido con camisa y corbata, otros de manera muy casual, escribiendo en compañía de innumerables tazas de café, con la pluma convertida en fusil, poniéndole música a mis versos de protesta, cantándolos sin temor a la metralla ni a la censura, sin poseer carnet de ningún partido político, sin hacer política pues ésta me produce arcadas, usando mi profesión para convertirme en un agente social más activo, colgando mi voz de reclamo en cuanta oreja sea oportuna para que tenga verdadero significado, amando con el corazón molido a golpes, sin usar seudónimos ni máscaras cómplices que aumenten la cobardía, la timidez y el “quizá mañana”, agradeciéndole a Cristo por suspenderme pero no expulsarme del juego más importante de mi vida.

¿Cuántas veces me han intentado cambiar, modificar la personalidad, hacerme distinto o disfrazar mi carácter, moldearme como un montón de barro, darme forma como a un ficus, transformar mi aspecto como cuando se esculpe una piedra? Insisto, muchas, quizá más que las veces en las que me han aceptado en mi forma natural. Y aunque me corte el cabello o lo deje crecer, aunque me recorte las uñas de la mano derecha o las dejé crecer nuevamente, aunque me vista estrafalario o use camisa y corbata, aunque me afeite completamente o me deje una barba incipiente, aunque calle y luego vuelva a cantar, aunque enfunde mi charango y luego le devuelva la vida con el primer trémolo, aunque la tinta de mi pluma se seque por años y luego no pare de escribir, a pesar que muchos cambios externos se produzcan nunca cambiará mi mundo interior, mi sentido de justicia, de igualdad, mi incapacidad de someterme a lo delictivo, mi forma de amar, mi revolución, mi fe.

En cada momento de mi vida, siempre respeté la unicidad, aquello que te hace único, irrepetible e insustituible, que te hace ser tú mismo y que nadie puede cambiar por más intentos que hagan, por más bombas que le lancen al espíritu, por más exorcismos, terapias o electroshocks a los que te quieran someter y es que, para mí, hay una sola verdad que es un imperativo categórico en la vida, como canta la Bersuit Vergarabat: “No se puede cambiar el alma”.



Dedicado a los ángeles y demonios de mi vida.



viernes, 6 de diciembre de 2013

MAYIBUYE MANDELA




Se ha dormido el sol, ha parido la noche en el universo etéreo
Los grillos estridulan en estéreo, danzan la luna y las estrellas
Y en cada una de ellas se estremece y resplandece lo sidéreo
Nada conserva color serio cuando sonríe Nelson Mandela.

Se creyeron vencedoras las pérfidas sombras del Apartheid
Cuando pisaste la cárcel condenado a cadena perpetua
Mas ya habías cruzado la meta, unificando la raza y la sangre
quizás encerraron la carne pero al alma no hay quién la someta.

Te juzgaron como a un terrorista por tener claras convicciones
Donde nacieron tus razones para no ser corto de vista
Los primeros de tu lista no tenían grandes pretensiones
Resumiendo los guiones, abolir leyes racistas.

La raza está jugando al dominó y sin duda vas ganando
Hoy que ya estás descansando, te llora quien te conoció
Y con tu muerte también nació una historia para ir contando
Gracias por todo Madiba, esta noche tienes una cita con Dios.


Dedicado a la memoria de Nelson "Madiba" Mandela.

http://www.youtube.com/watch?v=VeeO47NiueM

domingo, 1 de diciembre de 2013

Bombón

Buenos días querida amiga:

Duermo todos los días pero hace muchos que no sueño. En este momento, el imperio de la madrugada me ha permitido sentir y decir al mismo tiempo y, por qué no, escribir esa mezcla exquisita que abunda en mi ser desde los tímidos cuatro años de existencia, cuando todavía no sabía siquiera tomar correctamente la lapicera. Pues bien, me desborda la buena intención de compartir contigo algunas interrogantes, lugares comunes, tribulaciones propias de un tonto gris enamorado, nunca tan gris, enamorado y tonto.
¿Cuánta gente tiene la fortuna de saber mirar y distinguir a alguien especial entre el tumulto? ¿Cuántos pueden, al momento de leer estas cortas líneas, levantar la mano y decir “yo fui capaz de encontrar lo bello de un día frío, nublado y abstruso”? ¿”De hallar una flor reluciente en el medio de un extenso e inhóspito páramo”? ¿Cuántos pueden entrar a una enorme biblioteca y desde el pórtico saber cuál es el libro que desean leer? Expresándome de manera metafórica, la vida no es más que una caja de bombones surtidos donde no puedes ir probando cuál es tu bombón favorito hasta quedarte con uno definitivamente. Por lo menos no lo es para mí. El arte de esta vida repleta de chocolate es saber apreciar cuál es el bombón (persona) que marca la diferencia en la caja (mundo) simplemente con observarla una única vez. Con eso basta. En el tránsito por el mundo de los vivos, lo mágico es poder elegir a alguien como amigo, como pareja, como complemento, como cómplice entre una marea de personas porque reconoces en él o ella a alguien muy especial y distinto al resto, alguien que te hace mejor persona con su simple compañía.
Voy a tomarme la licencia para ser positivo en los próximos renglones. Imaginemos que estuviste preparado para distinguir alguien especial entre el tumulto, que pudiste encontrar lo bello de un día frío, que encontraste una flor reluciente en el medio de un páramo y, al final de todo, fuiste capaz de escoger el bombón que deseas de toda la caja entonces, ello significa que recibiste la magia que te permite elegir a un amigo, pareja, complemento y/o cómplice, ese alguien especial que se diferencia del resto.
Sin embargo, has de saber que las personas tenemos defectos y virtudes, dones y carencia de ellos, que en muchas ocasiones a la humanidad le resulta más fácil destruir que construir y que la ceguera va más allá de la pérdida del sentido literal de la vista. Sucede que a veces podemos tener frente a nosotros un milagro y no percatarnos de él, aunque nos pellizque las mejillas o nos bese la frente o la nariz porque esa es la naturaleza del hombre y la mujer, mirar cómo pasa el agua de un río y luego querer bañarse en ella. Y no sólo eso ocurre. En ciertas ocasiones, las personas que fueron capaces de identificar a sus personas especiales padecen de estados de amnesia temporal o divagación sentimental extrema, dejando los sentimientos al albur propio del lanzamiento de los dados, permitiendo que frases como “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde” entren en la cotidianeidad de sus parlamentos.
En mi vida, no tengo tiempo para esas cosas. Me he equivocado lo suficiente como para necesitar más caídas que sólo me harían recordar cosas que ya aprendí. He conminado a la sapiencia, a la verdadera. No a la que se entiende como sabiduría en conocimientos sino a aquella que te hace recordar que no hay que cometer los mismos errores varias veces y que también es bueno aprender de los errores de los demás, de sus experiencias, no haciendo necesaria la vivencia propia a cada momento.

Yo he podido distinguir a alguien especial entre el tumulto, un bombón dentro de esta inmensa caja llamada Planeta Tierra, he sido capaz de valorarla sin requerir grandes extensiones de tiempo ni vivencias extremas, sin pedir cosas a cambio ni esperar compensaciones divinas. Gracias a esa persona pude ver lo positivo de un día nublado, abstruso y decaído porque siempre tenía una sonrisa que compartir. Era un cascabel que nunca dejaba de sonar, una personita que mostraba un universo inconmensurable en sus ojos y un brillo especial bordeando sus pupilas. Alguien que se convirtió en mi amiga y que el día de hoy celebra un acontecimiento por demás especial, que merece ser celebrado de una y mil maneras, que debe ser sonreído y reído hasta el cansancio, que debe colmar con felicidad la cajita de cristal que tiene por corazón. Ese, sin duda es mi deseo. Todos los días nacen personas en todo el mundo pero personas tan especiales como tú nacen muy excepcionalmente. Dichosos aquellos que pueden compartir un pequeño espacio de tu vida.