jueves, 10 de agosto de 2017

Trance

Hay caminos que no quiero seguir, ciertamente sinuosos, que no tienen retorno, los que uno jamás se imagina pisar o siquiera verlos a lo lejos, en lontananza pero ello no evita que existan.

Hay personas que te aman y dejan de hacerlo, que te necesitan y luego prescinden de ti, que te hicieron parte de sus vidas con fervor pero que en cierto momento de ellas te volvieron un punto aparte en sus renglones, aquellas a las que no quieres decirles adiós pero que en el fondo sabes que lo harán alguna vez contigo.

Hay sentimientos y emociones que no deseo conservar en mi interior, apasionamientos que me alejan de la razón y que me exponen al peligro de la vehemencia, cuitas y alegrías que rompen la templanza necesaria para no caer en la locura y que a pesar de ello no puedo dejar de sentir.

Hay palabras que jamás quiero escuchar, que quiebran el alma transitando por los oídos, que se convierten en puñales que te desgarran vivo, que laminan tu piel como una cebolla y que explotan dentro de ti hasta hacerte desear la sordera, palabras cruentas e inefables que no puedo evitar oír.

Hay dolores y tristezas que te destrozan el corazón, que te hacen minúsculo a tal punto de cuestionar la necesidad de dejarlo latir, que te marcan con ensañamiento y te aniquilan como Atila, que te impulsan a arrancarte el pecho con calambres para reemplazarlo con un viejo circuito básico, dolores y tristezas que anhelo evitar pero que no me son ajenos.

Hay circunstancias que no quiero experimentar, finales que cuestionan los inicios, silencios que se ahogan en sí mismos, llanto, risa, pasión, piel ausente, camas vacías y manos apretadas, deseos relegados a la resignación y días enteros congelados en nuestras pupilas, tantas vivencias que no escogería pero que no están expuestas a nuestra libre elección.

Hay caminos que no quiero seguir, personas que dejan de amarnos, sentimientos que no deseo conmigo, palabras que no quiero escuchar, tristezas que destrozan el corazón y vivencias que jamás elegiría y hay tanto de ello en mi vida que vivir espanta y no puedo creer que mientras el tiempo me cercena con sus indómitas agujas tú sigues viviendo en trance esperando el tren que te ayude a escapar muy lejos de aquí.



jueves, 13 de julio de 2017

Sortilegio

Sobre el hielo se echó a dormir un rayo de sol, como cuando se desprende el cabello de una mujer sobre su hombro por sortilegios.

Pasaron los días y aquel rayo de sol se fue hundiendo sobre el hielo, dándole lentamente la tibieza firme del presente que se arriesga al futuro. Con los meses, el rayo se apoderó del hielo y lo disolvió convirtiéndolo en charco, permitiendo observar que debajo de él yacía un corazón adolorido.

Aquel corazón, se cubrió de espanto al sentirse descubierto. No le había sido fácil ocultarse bajo el hielo pero con ausencia de algún vestigio de voluntad se fue enamorando del rayo que lo dejó a la intemperie.

- Cuidado corazón- le dije al divisarlo desde lo alto. Los rayos aparecen y desaparecen como lo hacen el día y la noche en común calendario- le adherí.
Siendo puro sentimiento, no dio crédito a mi advertencia y se entreveró en amoríos de sábana y balcón pero el tiempo siempre es cruento y más cuando de fidelidad se viste. El rayo decidió dormir en un campo distinto, dejando al corazón flotando sobre aquel charco que alguna vez fue hielo, hundiéndose hasta ahogarse mientras intentaba matar sus sentidos. Cuando casi lo perdía de vista, logré susurrarle un cántico que lo animara a revivir.

- No te enamores de rayos como cabellos de mujer caídos cuál sortilegio. Hazlo del propio sol que jamás se esconde y siempre te alumbra, como lo hace una buena mujer que es tan sol como el que en el cielo brilla, te es fiel aun de noche y espera con impaciencia ser tu luz para siempre.