domingo, 30 de junio de 2013

Pon un sueño de amor


Pon un sueño de amor, ponlo en mí, rebosa mi alma de júbilo, pinta una sonrisa eterna en mis labios con un beso tuyo, déjame nombrarte en mis sueños para vestirme con tu nombre al momento de librar mis batallas, permítele a mi espíritu proteger tus ilusiones y esperanzas, dibujándolas en las estrellas más altas del techo del mundo, concédeme el don de ser tu escudo ante el cruento ataque del desconsuelo, del abatimiento, de la tristeza, déjame reír en tu boca y ser las lágrimas que surcan tus mejillas absorbiendo el dolor que las haya producido, pon un sueño de amor, ponlo en mí.
Desprende de tus ojos las miradas más tiernas, ofréndaselas a mi vida para morir tranquilo, inunda mi corazón con el más dulce desafío, aquel que nos invita a amar más allá de la vida, aquel que nos tilda de insanos cuando obviamos la razón, cuando nos plasmamos sin dejar vacío alguno donde habite la desconfianza, susurra un pensamiento de luz para iluminar la oscuridad de mi carencia de reflexión, déjame pintar tu universo de mil colores con la plenitud de sus gamas y matices, concédeme la felicidad de vivir en tu corazón para que podamos sentir al unísono eternamente, déjame sangrar por ti en cada una de tus heridas, permíteme curarlas con la dedicación de un querube. Pon un sueño de amor, ponlo en mí.
Abre tus brazos y acoge los míos, ata tus recuerdos y fúndelos con mi experiencia, enséñame tus caminos y júntalos con mi sendero, camina de mi mano por cada esquina del mundo sorteando los óbices de la humanidad, sostente de mi hombro cada vez que se cansen tus pasos o se doblen tus rodillas, cobíjate con mis manos y duerme hasta que estés reconfortada, levanta vuelo si así lo necesitas y regresa a mí cuando tus sentimientos te lo impetren. Pon un sueño de amor, ponlo en mí.
Cuando le robo algunas horas al día para imaginarte más allá del tiempo, cuando me duermo recordando el canto melodioso de tu voz que me arrulla y me despierto tarareándola con alegría, cuando me adueño de la algazara por encima de su propio significado, cuando vuelo con el viento para purificar mi alma y ser digno de ti, cuando te recuerdo y sonrío, cuando todo esto y más sucede empiezo a vivir con vida verdadera sin ansias de oxígeno, sin necesidad de alimento, allí te amo sin descanso, allí fortifico mi deseo, lo agrando, lo afianzo, me siento invencible porque el amor nos vuelve gigantes, únicos, benditos ante los ojos de Cristo. Pon un sueño de amor, ponlo en mí, mi amor.


miércoles, 26 de junio de 2013

Epístola N° 1: Mi primera muerte

Y la tierra seguía siendo redonda, continuaba teniendo las mismas propiedades, características, elementos, seguía siendo el tercer planeta más cercano al sol. La ciudad se mostraba más extraña cada día y su gente se definía más compleja con el incesante giro de las manecillas del reloj. Las absurdas discusiones políticas aún eran un trabajo retribuido, los noticieros servían la realidad con ápices de sadismo y libertinaje periodístico, el tráfico de vehículos seguía siendo atosigante, perturbador pero al fin y al cabo el fin de semana continuaba siendo una soterrada esperanza.
La extravagancia de la humanidad era la familia y la familia deambulaba dispersa entre la humanidad. El ser humano mantenía su anatomía regular guardando en su pecho una cavidad exclusiva para un corazón susceptible de ser podrido por falta de amor. La noche seguía oscura y el día límpido, ambos confundidos por sus tonos depresivos. A un lado de la acera, los gordos luchaban por ser flacos y, al frente de la misma, los flacos anhelaban subir de peso, sin embargo, nadie reparaba que si bien es cierto que es muy probable que la piel se estire o arrugue, lo más importante es que no envejezca el verdadero motor que nos hace mantenernos jóvenes.
La urbe recrudecía su añejo aroma a cemento y los niños continuaban limpiando los parabrisas de los automóviles o pidiendo limosnas en los semáforos. El país parecía mejorar según los reportes económicos aunque su reflejo en la mesa de los hambrientos era demasiado opaco para ser percibido. Continuaron los asesinatos, las venganzas, las violaciones, la falta de justicia social y la inoperancia de los burós. El olor a hollín de las calles permanecía intacto, las mismas que mantenían la función de guardianas de los pasos de la muchedumbre, de sus huellas y de la hondonada agonía de sus almas.
La población prosiguió aumentando mientras los niños crecían jugando a ser viejos. La guerra era un juego predilecto practicado fuera de una máquina de entretenimiento. Jesucristo seguía mirándonos desde la cruz pidiéndole a su padre que nos perdone, argumentando ignorancia de hecho. El mar no se secaba gracias al llanto de los cielos, los cementerios seguían poblándose formando ciudades escabrosas pese a las flores y a los paisajes novedosos. El calor era sofocante y el frío un agresivo contendor, factores que demostraban que el planeta conservaba el ardid del deterioro. El elitismo se paseaba por los centros comerciales, las clases pudientes compraban vehículos del año y hacían viajes largos y costosos, en tanto que los menos afortunados soñaban con viajes sin retorno.

En líneas generales, el mundo seguía siendo el mismo pero algo había cambiado en una de sus coordenadas, algo que no iba a modificar el transcurso de la vida del planeta. Un hecho conciso había ocurrido, un niño había perdido la vida, un niño con nombre de humano. Él había muerto riendo para aparentar una muerte feliz, adorando a Cristo en vida, bajo las faldas de la fantasía que rechaza cualquier realidad de espanto. Él murió y la vida de su familia cambió rotundamente, él ya no estaba, sobraba un dormitorio, una cama, un lugar en la mesa, un asiento en el automóvil, un cumpleaños en el calendario, él murió y la vida de su familia cambió rotundamente pero a pesar de su muerte el mundo siguió siendo el mismo.