lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad

No ha caído nieve aún y aunque estamos en el trópico de Sudamérica, algunos todavía tienen la esperanza de que la navidad sea blanca, colmada de árboles robustos, con luces y adornos por doquier, esa navidad típica de lugares donde se celebra más la abrupta llegada de un gordo de bigote y barbas blancas, vestido con ropas rojas, que trae regalos en un trineo que vuela, jalado por renos festivos que se detienen en el techo de cada casa para que el gordito barbudo baje por una estrecha chimenea que en la mayoría de los casos no existe en el país.
Faltan 30 días para navidad y no ha caído nieve aún en esta parte del trópico de Sudamérica. La navidad se acerca a tropel y las personas van asimilando cada vez más la fecha, se van preparando para las vacaciones y pensando en los regalos que desean recibir y los que deben comprar. El comercio ambulante practica el abandono de sus escondites y las tandas publicitarias de la televisión son invadidas por muchas ofertas. Es claro. Las ideas abstractas de felicidad son fácilmente consumibles.  
Faltan 10 días para navidad y no ha caído nieve aún en esta parte del trópico de Sudamérica. Las personas siguen trabajando pero de a pocos sus mentes caen sumidas en este paquete navideño que nos inculcan desde niños. Las empresas celebran con todo el personal las festividades venideras como estrategias de inclusión y motivación. Todos beben, comen, bailan, unos se van, otros se quedan. La idea de tránsito es ejemplar. Muchas personas inician y otras culminan sus compras propias de la época. Otras los miran pasar y se quedan pegadas como moscas en las vidrieras de una carnicería. Se planean los platillos a servir en la cena de la víspera. Para un grupo, es el tiempo del pavo, de la piña servida en trozos, del arroz árabe, de la champaña, del chocolate caliente y el panetón. Para otro grupo es tiempo del pollo, los purés de camote y papa, el tamal o lo que permita el presupuesto. Y a pesar que todo indica que el mundo avanza, existe otro grupo para el cual es la época de mirarse y abrazarse porque ello no cuesta y nadie te lo puede impedir mientras tengas un sentimiento bueno dentro de ti.
Faltan horas para navidad y no ha caído nieve aún en esta parte del trópico de Sudamérica. Muchos ya están reunidos para celebrar la fiesta, para cenar, para abrir los regalos. Algunos pensamos en las personas que hemos perdido y otros piensan en las que están por llegar. En algunos hogares hay risas, en otros hay llanto. En unos se mezclan la alegría y la felicidad, en otros la distancia y la melancolía. Falta muy poco y aun así en las calles hay niños y madres que intentan convencerte de comprar papel de regalo o tarjetas navideñas. Falta muy poco y en esta parte del trópico existen cosas que te congelan más que la misma nieve. Miro la noche y a través de mis pupilas veo un mundo paralelo, un mundo ajeno para muchos, de exclusividad a elección arbitraria y dictatorial.
Faltan pocos segundos para navidad y no ha caído nieve aún en esta parte del trópico de Sudamérica. De muchas cosas no estoy seguro. De la nieve, de los regalos o la carencia, del hambre y la glotonería, de los abrazos, del llanto. Ya es 25 de diciembre y de algo estoy seguro. Ha nacido Jesús en mi corazón para salvarme nuevamente.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Entre la espina y la rosa

Me cuesta creer cuánta ambivalencia puede haber en una persona. Me cuesta creer que la dualidad en el ser humano es más cruenta que en la naturaleza. Es difícil obtener respuestas seguras a tan peligrosas preguntas, tales como, ¿qué vi en ti cuando te conocí? ¿Por qué estaba tan vulnerable en ese momento? ¿Por qué una simple mirada no pudo ser capaz de desnudar el demonio que tenías dentro de ti, que se devoró a mi Cristo para luego clavarme en su cruz?

Para nadie es fácil vivir. Uno aprende cayéndose y es que para eso se inventaron las caídas, para aprender a levantarse. Entiendo ese postulado pero la caída que sufrí al permitir que entres en mi vida fue aún más dolorosa que morir a diario, más profunda que el núcleo del infierno de Dante.

Los días, meses y años contigo me enseñaron que a veces el amor se encuentra entre la espina y la rosa. El problema es que siempre te vestiste de rosa pero nunca dejaste de ser espina Y cualquier cosa hubiera permitido, como en efecto lo hice.

Desprendido de cuantas cosas materiales tuve, te di todo lo que tus pérfidas palabras decían, palabras escurridizas de la boca cocida que se alojaba debajo de tu nariz. Te di lo que no había pero nunca me faltó para crearlo, pero lo tangible es eso y casi siempre fungible ante el transcurrir del tiempo.

Ni siquiera pasó un ángel para bañarme de silencio, ni siquiera pasó un caído que te robara por fin la voz. Aun y atado con los alambres del desconcierto y la insensatez, no fui capaz de aceptar que mi temor al abandono no debía empujarme al limbo en el que caen los desdichados amantes del amor en sí sin consecuencias.

Perdoné tu sadismo, tus ataques de histeria, tus arrebatos y la cólera que tu verbo usó contra mí como cuchillos afilados. Te pedí perdón por mi tristeza, pedí que me excusaras por los errores propios de mi inexperiencia y baja autoestima, pero no pensé que podías llegar a tanto.

Aquella extensión mía. Aquella muestra inesperada pero concreta de que servía para muchas cosas más que para sufrir era un ápice de felicidad combinada con temor, que me cambió la vida y me obligó a aprender nuevamente a caminar mientras otros de mi edad corrían como competidores de olimpiadas. No es conveniente pensar en soluciones prácticas porque la vida no lo es. Patear el tablero es tan cobarde como enviar a los peones a morir por su rey. Había que caer en la ponderación, abrazarnos con algo más que brazos, que beses mi beso y yo el tuyo, sin labios, sin bocas, sin roce. Había que luchar hasta morir para poder dejar vivir a ese ápice que se volvió mi todo, mi universo, el sol alrededor del cual quería girar para siempre.

No entiendo cómo nunca pude ver salir los caídos que te habitaban y que te hablaron mal del futuro, uno errado que implicaba la ausencia de mi sol, alrededor del cual giré sólo por 5 semanas y que de la tarde a la noche se apagó en tu vientre.

Nunca llegué a conocerte, nunca me conociste. Lo único que hicimos fue compartir momentos en espacios paralelos, viviendo como dos círculos que no se yuxtaponen, que existen por separado. Estuve equivocado. Tal vez pensé que había que encontrar tu bondad arrancándote la piel, como cuando se desescama a un pescado. Tal vez tu cuerpo nunca fue inmune a tus deseos. Ahora, muchos años después de la oscuridad, a miles de kilómetros de ti, estoy sin movimiento, sin guía, devorando mis propias ganas de vivir, esperando la visita de la muerte que a nadie le es esquiva. En retrospectiva, me parece increíble lo que hiciste, lo que de alguna manera te dejé hacer. Apagar mi sol me dejó algo más que oscuridad. Dejó mi corazón en caída libre, sin freno, sin nubes que amortigüen mi trayectoria.

Cuando apagaste mi sol me quedó un hoyo negro en el pecho, un abismo sentimental creado por el tiempo y una tibia sensación de nostalgia cada vez que un niño se anima a correr en mi vereda.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Mea culpa

Siento algo de calor en este espacio, en esta burbuja de independencia mientras fuera de ella las personas parecen no inmutarse. Voy rodando como camino y en mi trayecto veo a mucha gente mirarme con asombro y algo de extrañeza, los ojos de todos ellos me sirven de espejo. Son muchos los que me ven y muchas cosas las que no puedo evitar ver de mí. No puedo restringirle libertad a mi asombro. El calor no se ha ido y empiezo a fatigarme, entonces decido llevar mi burbuja a un lugar que me permita descansar bajo la sombra aunque sea por un acto meramente reflejo, sin consecuencias esperadas pues ello no aminora la temperatura que me atrapa. Allí, se presentó ante mí uno de los problemas más serios del ser humano: el auto cuestionamiento, el auto análisis susceptible de caer en la subjetividad propia del que tiene ojos y no quiere ver. Estaba allí y decidí ejecutar semejante tarea despojándome de toda venda y criterio bondadoso que me beneficiase.

 "¿Quién soy? ¿Qué hace que mi vida marque diferencia en el funcionamiento del mundo? ¿Acaso el planeta dejaría de girar si yo no existiera? ¿Qué he hecho con mi presencia terrenal y con los que amo y más hiero a la vez?"

Necesitaba echarle mano a la astucia y tratar de librarme de la mayoría de mis pecados a través de la aceptación de los mismos. Era propio confesarme allí o allá, al fin y al cabo, según decían, Dios está en todas partes. Eso pensé y tomé ese pensamiento como mi nuevo imperativo categórico. Enarbolé mi bandera y empecé a echar mis brujas a la hoguera.

"Soy un individuo poco merecedor de gracia pues he faltado muchas veces a la fe que aún ahora me mantiene vivo. Soy arrogante y soberbio, a tal punto que nunca tomé la mano que me fue ofrecida cuando vivía con urgencias inapelables. Soy un manipulador irascible que me gusta tener el control sobre mi entorno para que me hagan la vida más fácil, sin oposición ni rozamiento. Soy asesino de sentimientos sin que me importe el emisor de los mismos, el perjuicio o el dolor de los que tienen corazón".  

Mis pecados no eran sólo esos, había decidido terminar el ejercicio de forma abrupta para no revelar mi verdadero rostro. El calor me abrazaba más fiero a cada segundo hasta la asfixia por lo que decidí dejar mi reposo en la superficie y continuar mi desplazamiento. Este calor era fuego y por más intenso que fuera no me hacía sudar. El silencio de mi espacio se vio invadido sin poder mostrar mayor resistencia que mi humilde concentración. Apenas tuve un segundo de templanza proseguí con mi desahogo.

¿Acaso nací para esto? ¿Era mi destino tumbar lo que no me costó construir? ¿Será que el desasosiego me empujó fuera del camino antes que me atrapara el horizonte?

En el tiempo que uno demora parpadear cancelé mis pretensiones de futuro para dedicarme exclusivamente a enfrentar el presente.

"Soy un falso profeta antojadizo para dar consejos pero que no cree ni una sola palabra de lo que profesa. Soy una persona envidiosa que desea tener hasta lo que no le sirve y no lo comparte. He jurado en vano tantas veces como mujeres he tenido, he enfermado a cuanto familiar he podido para excusarme ante el incumplimiento de mis obligaciones".

El calor ahora era insoportable, extremo. La bulla atravesó mi burbuja y los sonidos eran cada vez más estridentes. La noche iniciaba su gobierno en el exterior pero el trayecto de mi burbuja iba acompañado por luciérnagas acompasadas de manera fortuita.

A pesar de mis confesiones aún sentía un peso inmenso que aplastaba mi voluntad y la de mi alma como si la conciencia hubiera parido un yunque en mi cuello. Una noche no era suficiente para librarme de los pecados de toda una vida y ni siquiera me refiero al perdón de los mismos. Parpadeé nuevamente y me di cuenta que mi espacio estaba muy oscuro, sin luciérnagas ni destellos de tímida luz regalada del cielo. Lo que en algún momento fue bulla había dejado de serlo para convertirse en murmullos de lamentos y quejidos que mostraban agonía, dolor, angustia. La temperatura aumentaba en progresión geométrica y necesitaba ventilar un poco más la sabia de mi vida. La burbuja dejó de rodar y ello me fue suficiente para expresar mi último manifiesto.

"Soy un perverso observador del dolor de los demás, un espectador privilegiado de cuanta muerte se produce en la ciudad fuera de las que yo he causado con mano propia, crueldad y sin remordimiento. Soy un creyente fiel del que asegura que el fin justifica los medios aunque ellos consistan en las más horrendas acciones. Soy un vicioso deleznable, consumidor de todo aquello que me libere de la conciencia, creador de sub mundos donde mi verdad es lo único que cuenta y es en este sub mundo donde reino a placer y donde corre la sangre de mi descendencia, la que no permití que naciera sin que se presentase ante mí un algún miramiento".

¡Bienvenido! ¡No creas que el calor es intenso! ¡Mira a tu alrededor!- me gritaban. No había duda y valía un millón de vidas aceptarlo. Había estado caminando en círculos en el infierno.



domingo, 16 de septiembre de 2012

La corona

Un día de los del común, Noha se despertó por el sonido del aleteo de las golondrinas que adornaban el cielo de la ciudad de Arnuf, lugar donde nació y en el cual se había criado por más de diecinueve años. Aquella mañana, Noha se levantó de la cama, corrió las cortinas y abrió las ventanas de su casa de par en par para nutrirse del amanecer y de todos sus ingredientes. Ella era una muchacha risueña, alegre, con sus cuitas como cualquier ser humano pero que le hacía frente a las adversidades que se le presentaban entre latidos. Sin embargo, Noha tenía en su mente, y en gran parte de su corazón, una pregunta tan compleja cuya respuesta no podía ser de un tipo diferente. ¿Quién será la persona indicada para mí, la que me ame completamente, con defectos y virtudes, haciéndome sentir por encima de los sentidos, que despierte cuando abra mis ojos y descanse cuando los vuelva noches?

 
Noha sabía que había un sólo lugar donde podría encontrar la respuesta a su incógnita. En las alturas del Monte Monbak vivía un anciano muy sabio, el más sabio de todos los ancianos de las comarcas existentes en la tierra. Él y sólo él podría ayudarla a obtener la contestación que requería pero el camino para llegar a su casa era muy difícil, lleno de peligros y obstáculos. Con conocimiento de causa, al día siguiente y sin pensarlo mucho, Noha salió de su casa muy temprano antes que asomara tibiamente el sol con dirección a las afueras de Arnuf, por donde se accedía al monte Monbak en busca del jovato sapiente.

 
Estando al pie del monte, Noha caminó de manera ascendente, siguiendo la ruta que dibujaba sus ojos hermosos, venciendo la tundra, la flora y la fauna salvaje, enfrentándose a sus miedos, a cada traba que se aparecía con el fin de desanimarla a continuar su andanza. Pasaron tres días y dos noches y Noha seguía caminando sin mermar la velocidad de su paso, sin tomar atajos que intentaran engañar al destino. Al caer la mañana del tercer día, por fin pudo divisar la casa del anciano y su cansancio se transformó en fortaleza, su llanto en el manantial que le aplacaría la sed y su alegría en el alimento que tanto necesitaba luego de semejante travesía.

Noha se acercó tímidamente a la puerta de la covacha donde moraba el anciano y tocó dos veces el madero que fungía como puerta. A los segundos apareció el sabio, quien la miró extrañado.   
 

- ¿Quién eres tú? ¿Cómo has llegado hasta mi casa?- preguntó el anciano.
- Mi nombre es Noha. He seguido el largo camino que me trae desde Arnuf para hacerle una sola pregunta y sé que usted es el único capaz de darme la respuesta- respondió la muchacha.
- Sabrás que nadie viene por aquí hace mucho. La ruta se ha hecho imposible y peligrosa. Me asombra que siendo tan liviana y frágil de apariencia hayas llegado hasta aquí. Sólo por ese motivo responderé a tu pregunta. ¿Qué deseas saber?- preguntó el anciano.
- Deseo saber quién será la persona indicada para mí, la que me ame completamente, con defectos y virtudes, haciéndome sentir por encima de los sentidos, que despierte cuando abra mis ojos y descanse cuando los vuelva noches- dijo Noha. El anciano la miró quietamente e invitó a la muchacha a pasar a su casa. Ya adentro, el sabio se acercó a una de las esquinas del ambiente y de un viejo baúl polvoriento extrajo una corona oxidada y vieja que tenía unas aplicaciones de piedras preciosas enmohecidas y se la entregó.
- Ve al pueblo y ofrece esta corona a los mercaderes. Baja por el camino que está al norte de la casa y así llegarás rápido. Regresa a esta casa si consigues que te den cinco monedas de oro por la corona. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó el anciano sabio.

 
Sin esperar mucho, Noha bajó al pueblo tomando el camino indicado y llegó a la plaza del pueblo, sacó la corona y la ofreció a los mercaderes pidiendo por ella cinco monedas de oro. Los mercaderes se echaron a reír de manera burlona. ¿Quién te va a dar cinco monedas de oro por ese vejestorio?- decían unos mientras los demás reían. En vista que nadie quiso comprarle la corona, Noha tomó el camino de regreso a la casa del sabio. Al llegar le explicó lo ocurrido. Entonces, el anciano le dijo:
 

- Ve al establo principal del pueblo y ofrece esta corona a los pastores. Regresa a esta casa si consigues que te den cinco monedas de oro por la corona. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó.

 
Noha partió con dirección al establo principal del pueblo y ofreció la corona a todos los pastores, pidiendo por ella cinco monedas de oro. También en esta ocasión, los pastores se burlaron del ofrecimiento. Todos lo hicieron, incluso el más viejo de ellos. Con la negativa aun retumbando en sus oídos, Noha volvió a la casa del jovato y le contó lo que había ocurrido. Entonces, el anciano le dijo lo siguiente:

 
- Al oeste de esta casa hay un camino de piedra que te conducirá a la casa de un ermitaño. Llama a su puerta y ofrécele la corona. Regresa a esta casa si consigues que te de cinco monedas de oro por ella. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó.

 
Noha partió con rumbo al oeste. A los diez minutos, siguiendo el camino de piedras, llegó a la casa del ermitaño y golpeó la puerta tres veces. El ermitaño salió casi al unísono.

 
- Buenas tardes, ¿qué es lo que desea?- preguntó el ermitaño.
- Buenas tardes. Mi nombre es Noha y he venido a ofrecerle esta corona a cambio de cinco monedas de oro- le respondió.
- Cinco monedas de oro ¿eh?- comentó el ermitaño, quien miró la corona con detenimiento y una sonrisa se le pintó en los labios. Sacó un pomo, una franela y una brocha de una cajita y comenzó a limpiarla con cuidado y fascinación. Te ofrezco diez monedas de oro por ella- le dijo a Noha, quien se puso feliz por haber conseguido lo que el anciano sabio le había pedido. La muchacha salió de la casa del ermitaño y corrió con rumbo a la covacha del anciano sapiente llevando las diez monedas dentro de una pequeña bolsa. Una vez en presencia del jovato, le contó lo ocurrido.

 
- El ermitaño me dio diez monedas de oro, ¿ahora dará respuesta a mi pregunta?- preguntó Noha.
- La respuesta ya la tienes. No es necesario que te la diga- le dijo el anciano sabio, sonriendo con un brillo enceguecedor.

 
La respuesta era clara. La persona indicada para Noha sería aquella que la VALORASE por lo que ella fuera en su esencia, más allá de lo que pudiera o no aparentar. Si bien la corona se mostraba oxidada, vieja y con las piedras preciosas por demás enmohecidas, debajo de esa engañosa apariencia se encontraba una joya invaluable y difícil de encontrar en el mundo. No cualquiera podría ser capaz de distinguirla a simple vista y es que para ello se deben tener cualidades muy especiales como la de valorar, apreciar, cuidar y amar.  
 
 
Los mercaderes sólo veían en la corona un pedazo viejo de hojalata al igual que los pastores. Sin embargo, el ermitaño vio más allá de lo que unos simples ojos podían ver y valoró la corona simplemente con verla, más allá de los simples sentidos porque poseía las cualidades para ello.

 
Todos tenemos una “corona” dentro de nosotros y sólo quien la sepa valorar en todo sentido, en todo momento y bajo cualquier circunstancia será digno de hacerla parte de su vida. En realidad, no hay mayor secreto que ese.
 
 
 
Dedicado a Marilia Fernández Pérez-Alcázar