¡Naciste para ser feliz! Qué
afirmación tan poderosamente absurda- me dijo Luciano en su única visita a Lima cuando transcurrían los
primeros días del mes de agosto del 2005.
No intenté refutar su postulado. Por aquellos días, me encontraba
dubitativo sobre casi todo y sentía que cada amanecer traía consigo una dosis
más de castigo, de sometimiento al tiempo verdugo que te sanciona con perpetua
a conocer el dolor en todos sus matices.
No pedimos nacer y menos ser felices en un lugar tan aberrante como este,
(llámese mundo) de competencia despiadada, de creciente consumismo, capaz de
convertirnos en piezas de "stock",
insaciable y progresivo generador de más necesidades que ni uno mismo sabía que
podía llegar a tener, que obvia el verdadero valor de las cosas, de los
detalles, que minimiza los principios y valores de aquellos que aún conservan
un poco de humanidad y se atreven a soñar en blanco y negro imaginando con el
uso exclusivo de la fuente que une la mente y el corazón para formar una
sinergia perfecta, en contraposición de los otros que urgen de pantallas LED de
50 pulgadas y efectos 3D, de caros tragos y excelsos bocadillos, de compañías
de ocasión para tan solo intercambiar fluidos, de moda, belleza fatua y
producida.
¿Crecí equivocado? ¿Me aparté del rebaño antes de estar preparado para
enfrentar lo que se venía? ¿Mis ojos no fueron capaces de advertirme que la ola
era muy alta y bravía y que iba a reventar sobre mí cuando menos lo pensaba? No
saber nadar no es un delito. Sí lo es dejarme solo en el mar sin haber
aprendido a hacerlo.
Hoy en día, con más fechas encima, recuerdo que una tarde de los primeros
días de agosto del 2005, Luciano intentó abrirme los ojos, enseñarme a nadar y
a no vivir inerme en un lugar beligerante y nocivo para luego abordar un avión
de regreso a Buenos Aires.
Simplemente nacemos y somos libres para decidir si queremos arriesgarnos a
la esperanza de la felicidad o a cruzar el umbral, la temible pero certera puerta
roja resguardada por un par de ojos plagados de incertidumbre, que te conecta
con un nuevo nacimiento para intentar aprender en otro plano y quedarte en
polvo sin la urgencia de materializarse.
Luciano, ahora entiendo por qué no estás más aquí.
Dedicado a la memoria de Luciano Sanguinetti.
Derechos de autor:
“La puerta roja”. Acuarela de Adrián Goma.