Bajo el cielo diáfano que se
posa sobre nuestras cabezas vive el amor que nace cuando menos lo imaginamos, aquel
que cambia el orden de nuestras prioridades y se entremezcla con el inicio de
cada intento de raciocinio, aquel que nos entrega más de lo que pide porque no
condiciona su existencia al acierto de una respuesta, no se viste de pregunta y
menos de grandes expectativas, sólo nace y se adueña de una gran parte de nosotros.
Encima del mismo cielo vive
la magia del amor que nos unifica con la persona que queremos, aquella a quien le
regalamos nuestro primer pensamiento al despertarnos y por quien versamos una
plegaria antes de apagar la luz para dormirnos. Bendito el amor correspondido, el
de ida y vuelta, aquel que nos convierte en alguien nuevo y nos permite hacer
de cada momento una oportunidad para enamorar nuevamente al ser que
inequívocamente nos complementa, el que siempre nos causa un magnífico efecto
de superhéroe.
Benditos los que aman día a
día, sin pausas, sin interrupciones, los que son capaces de reconocer a aquella
persona especial entre la multitud que camina hacia lugares diversos, los que
no olvidan la razón que los hizo amar sin medidas ni cálculos, los que aman más
allá de la contaminación a la que están sujetos cuando se vive en un mundo tan
extraño como éste. Benditos los que viven bajo este mismo cielo y pasean sobre
él sabiendo que el lugar donde más quieren estar al final del día es el hogar
que construyeron sobre la base de cada latido, de cada beso, de cada discusión
y de cada reconciliación. Benditos los que aman y tienen tiempo de recordar que
son humanos hechos a imagen y semejanza de Dios. Benditos los que no necesitan el
pronóstico del tiempo para saber cuándo habrá un día soleado porque les basta ver
sonreír a la persona que aman para que el día sea una primavera de veinticuatro
horas. Benditos los que caen pero no renuncian, los que temen pero enfrentan,
los que lloran pero también ríen, los que sufren pero perdonan porque también son perdonados,
los que aman más allá de los sentidos, benditos sean pues en ellos ha nacido el
verdadero amor.