Una mañana gris, el alma
cenicienta, los cristales borrosos, ¿dónde se habrá escondido el amor? ¿Estará
perdido en las calles bajo la sombra de la melancolía de la madrugada o la
habrá arrastrado la ventisca templada en busca del inicio de la alborada?
Necesito saber, conocer,
indagar para obtener respuestas. Debo salir, someterme al peligro, arriesgar la
piel. Inicio mi recorrido matutino, atravieso el parque que pone en suspenso el
final de mi calle. Las hojas posesas por el viento se enredan entre mis piernas
mientras que el olor a tierra mojada acaricia mis fosas nasales con la suavidad
que caracteriza a la seda. ¿Hacia dónde ha fugado el idilio? ¿Se habrá dormido
en los cuentos que nos leían cuando éramos niños o en los carretes de las
películas del cine mudo? Sigo trazando mi ruta, recogiendo las huellas de
algunas batallas libradas en viejos calendarios, los diversos sonidos se
esparcen a lo largo de mis oídos y, de alguna manera, me van conduciendo a
ciertos espacios que me resultan cálidos. Voy descargando el peso que se había
apoderado de mi espalda como una joroba, como un pedazo de planeta que se
encontraba fuera de órbita. Llego a una esquina y le doy descanso a mis pies,
actualizo mi mirada y reanimo mi mente.
¿En dónde está oculta la
alegría? ¿Habrá cruzado la frontera que separa los latidos de las arritmias? ¿Estará
intentando contagiar un poco más el mundo o se sentirá derrotado porque la
realidad le habrá arrancado la venda que lo mantenía atarantado con ilusiones?
Retomo el anchuroso paso y
le doy una oportunidad a mis pulmones. Voy caminando como siguiendo unos pasos
de baile, levanto la frente y comienzo a sentir el romance. Veo el marco de una puerta color habano, los arbustos verdosos que
asoman con simetría, el color claro de la fachada, las ventanas abiertas, las
cortinas que van danzando al compás del viento. Introduzco mis manos en uno de los bolsillos
de mi casaca y encuentro una llave. La uso y abro la puerta que divisé minutos
atrás. Ingreso al espacio y me reciben el amor, el idilio, la alegría y sus
complementos. Nunca hay que dudar sobre lo certero. Como dice Gustavo Cerati: "no hay nada mejor que casa".
La Molina. 1987 - 2012.