Un día de los del común, Noha
se despertó por el sonido del aleteo de las golondrinas que adornaban el cielo
de la ciudad de Arnuf, lugar donde nació y en el cual se había criado por más
de diecinueve años. Aquella mañana, Noha se levantó de la cama, corrió
las cortinas y abrió las ventanas de su casa de par en par para nutrirse del
amanecer y de todos sus ingredientes. Ella era una muchacha risueña, alegre,
con sus cuitas como cualquier ser humano pero que le hacía frente a las adversidades
que se le presentaban entre latidos. Sin embargo, Noha tenía en su mente, y
en gran parte de su corazón, una pregunta tan compleja cuya respuesta no podía
ser de un tipo diferente. ¿Quién será la persona indicada para mí, la
que me ame completamente, con defectos y virtudes, haciéndome sentir por encima
de los sentidos, que despierte cuando abra mis ojos y descanse cuando los
vuelva noches?
Noha
sabía que había un sólo lugar donde podría encontrar la respuesta a su
incógnita. En las alturas del Monte Monbak vivía un anciano muy sabio,
el más sabio de todos los ancianos de las comarcas existentes en la tierra. Él
y sólo él podría ayudarla a obtener la contestación que requería pero el camino
para llegar a su casa era muy difícil, lleno de peligros y obstáculos. Con
conocimiento de causa, al día siguiente y sin pensarlo mucho, Noha
salió de su casa muy temprano antes que asomara tibiamente el sol con dirección
a las afueras de Arnuf, por donde se accedía al monte Monbak en busca del
jovato sapiente.
Estando al pie del monte, Noha caminó de manera ascendente,
siguiendo la ruta que dibujaba sus ojos hermosos, venciendo la tundra, la flora
y la fauna salvaje, enfrentándose a sus miedos, a cada traba que se aparecía con
el fin de desanimarla a continuar su andanza. Pasaron tres días y dos noches y Noha
seguía caminando sin mermar la velocidad de su paso, sin tomar atajos que
intentaran engañar al destino. Al caer la mañana del tercer día, por fin pudo
divisar la casa del anciano y su cansancio se transformó en fortaleza, su llanto
en el manantial que le aplacaría la sed y su alegría en el alimento que tanto
necesitaba luego de semejante travesía.
Noha se acercó tímidamente a la puerta de la covacha donde moraba el anciano y tocó dos veces el madero que fungía como puerta. A los segundos apareció el sabio, quien la miró extrañado.
- ¿Quién eres tú? ¿Cómo has llegado hasta mi
casa?- preguntó el anciano.
- Mi nombre es Noha. He seguido el largo
camino que me trae desde Arnuf para hacerle una sola pregunta y sé que usted es
el único capaz de darme la respuesta- respondió la muchacha.
- Sabrás que nadie viene por aquí hace mucho.
La ruta se ha hecho imposible y peligrosa. Me asombra que siendo tan liviana y frágil
de apariencia hayas llegado hasta aquí. Sólo por ese motivo responderé a tu
pregunta. ¿Qué deseas saber?- preguntó el anciano.
- Deseo saber quién será la persona indicada
para mí, la que me ame completamente, con defectos y virtudes, haciéndome
sentir por encima de los sentidos, que despierte cuando abra mis ojos y descanse
cuando los vuelva noches- dijo Noha. El anciano la miró
quietamente e invitó a la muchacha a pasar a su casa. Ya adentro, el sabio se
acercó a una de las esquinas del ambiente y de un viejo baúl polvoriento extrajo
una corona oxidada y vieja que tenía unas aplicaciones de piedras preciosas
enmohecidas y se la entregó.
- Ve al pueblo y ofrece esta corona a
los mercaderes. Baja por el camino que está al norte de la casa y así llegarás
rápido. Regresa a esta casa si consigues que te den cinco monedas de oro por la
corona. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le
indicó el anciano sabio.
Sin esperar mucho, Noha bajó al pueblo
tomando el camino indicado y llegó a la plaza del pueblo, sacó la corona y la
ofreció a los mercaderes pidiendo por ella cinco monedas de oro. Los mercaderes
se echaron a reír de manera burlona. ¿Quién te va a dar cinco monedas de oro por
ese vejestorio?- decían unos mientras los demás reían. En vista que
nadie quiso comprarle la corona, Noha tomó el camino de regreso a la
casa del sabio. Al llegar le explicó lo ocurrido. Entonces, el anciano le dijo:
- Ve al establo principal del pueblo y
ofrece esta corona a los pastores. Regresa a esta casa si consigues que te den
cinco monedas de oro por la corona. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu
pregunta- le
indicó.
Noha
partió con dirección al establo principal del pueblo y ofreció la corona a
todos los pastores, pidiendo por ella cinco monedas de oro. También en esta
ocasión, los pastores se burlaron del ofrecimiento. Todos lo hicieron, incluso el
más viejo de ellos. Con la negativa aun retumbando en sus oídos, Noha
volvió a la casa del jovato y le contó lo que había ocurrido. Entonces, el
anciano le dijo lo siguiente:
- Al oeste de esta casa hay un camino
de piedra que te conducirá a la casa de un ermitaño. Llama a su puerta y
ofrécele la corona. Regresa a esta casa si consigues que te de cinco monedas de
oro por ella. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó.
Noha partió
con rumbo al oeste. A los diez minutos, siguiendo el camino de piedras, llegó a
la casa del ermitaño y golpeó la puerta tres veces. El ermitaño salió casi al
unísono.
- Buenas tardes, ¿qué es lo que desea?-
preguntó el ermitaño.
- Buenas tardes. Mi nombre es Noha y he venido
a ofrecerle esta corona a cambio de cinco monedas de oro- le
respondió.
- Cinco monedas de oro ¿eh?- comentó el ermitaño, quien miró la corona con
detenimiento y una sonrisa se le pintó en los labios. Sacó un pomo, una franela
y una brocha de una cajita y comenzó a limpiarla con cuidado y fascinación. Te
ofrezco diez monedas de oro por ella- le dijo a Noha, quien se puso feliz
por haber conseguido lo que el anciano sabio le había pedido. La muchacha salió
de la casa del ermitaño y corrió con rumbo a la covacha del anciano sapiente llevando
las diez monedas dentro de una pequeña bolsa. Una vez en presencia del jovato,
le contó lo ocurrido.
- El ermitaño me dio diez monedas de oro, ¿ahora
dará respuesta a mi pregunta?- preguntó Noha.
- La respuesta ya la tienes. No es necesario
que te la diga- le dijo el anciano sabio, sonriendo con un brillo enceguecedor.
La respuesta era clara. La persona
indicada para Noha sería aquella que la VALORASE
por lo que ella fuera en su esencia, más allá de lo que pudiera o no aparentar.
Si bien la corona se mostraba oxidada, vieja y con las piedras preciosas por
demás enmohecidas, debajo de esa engañosa apariencia se encontraba una joya
invaluable y difícil de encontrar en el mundo. No cualquiera podría ser capaz
de distinguirla a simple vista y es que para ello se deben tener cualidades muy
especiales como la de valorar, apreciar, cuidar y amar.
Los mercaderes sólo veían en la corona
un pedazo viejo de hojalata al igual que los pastores. Sin embargo, el ermitaño
vio más allá de lo que unos simples ojos podían ver y valoró la corona
simplemente con verla, más allá de los simples sentidos porque poseía las
cualidades para ello.
Todos tenemos una “corona” dentro de
nosotros y sólo quien la sepa valorar en todo sentido, en todo momento y bajo cualquier circunstancia será digno de hacerla parte de su vida. En
realidad, no hay mayor secreto que ese.
Dedicado a Marilia Fernández Pérez-Alcázar