domingo, 16 de septiembre de 2012

La corona

Un día de los del común, Noha se despertó por el sonido del aleteo de las golondrinas que adornaban el cielo de la ciudad de Arnuf, lugar donde nació y en el cual se había criado por más de diecinueve años. Aquella mañana, Noha se levantó de la cama, corrió las cortinas y abrió las ventanas de su casa de par en par para nutrirse del amanecer y de todos sus ingredientes. Ella era una muchacha risueña, alegre, con sus cuitas como cualquier ser humano pero que le hacía frente a las adversidades que se le presentaban entre latidos. Sin embargo, Noha tenía en su mente, y en gran parte de su corazón, una pregunta tan compleja cuya respuesta no podía ser de un tipo diferente. ¿Quién será la persona indicada para mí, la que me ame completamente, con defectos y virtudes, haciéndome sentir por encima de los sentidos, que despierte cuando abra mis ojos y descanse cuando los vuelva noches?

 
Noha sabía que había un sólo lugar donde podría encontrar la respuesta a su incógnita. En las alturas del Monte Monbak vivía un anciano muy sabio, el más sabio de todos los ancianos de las comarcas existentes en la tierra. Él y sólo él podría ayudarla a obtener la contestación que requería pero el camino para llegar a su casa era muy difícil, lleno de peligros y obstáculos. Con conocimiento de causa, al día siguiente y sin pensarlo mucho, Noha salió de su casa muy temprano antes que asomara tibiamente el sol con dirección a las afueras de Arnuf, por donde se accedía al monte Monbak en busca del jovato sapiente.

 
Estando al pie del monte, Noha caminó de manera ascendente, siguiendo la ruta que dibujaba sus ojos hermosos, venciendo la tundra, la flora y la fauna salvaje, enfrentándose a sus miedos, a cada traba que se aparecía con el fin de desanimarla a continuar su andanza. Pasaron tres días y dos noches y Noha seguía caminando sin mermar la velocidad de su paso, sin tomar atajos que intentaran engañar al destino. Al caer la mañana del tercer día, por fin pudo divisar la casa del anciano y su cansancio se transformó en fortaleza, su llanto en el manantial que le aplacaría la sed y su alegría en el alimento que tanto necesitaba luego de semejante travesía.

Noha se acercó tímidamente a la puerta de la covacha donde moraba el anciano y tocó dos veces el madero que fungía como puerta. A los segundos apareció el sabio, quien la miró extrañado.   
 

- ¿Quién eres tú? ¿Cómo has llegado hasta mi casa?- preguntó el anciano.
- Mi nombre es Noha. He seguido el largo camino que me trae desde Arnuf para hacerle una sola pregunta y sé que usted es el único capaz de darme la respuesta- respondió la muchacha.
- Sabrás que nadie viene por aquí hace mucho. La ruta se ha hecho imposible y peligrosa. Me asombra que siendo tan liviana y frágil de apariencia hayas llegado hasta aquí. Sólo por ese motivo responderé a tu pregunta. ¿Qué deseas saber?- preguntó el anciano.
- Deseo saber quién será la persona indicada para mí, la que me ame completamente, con defectos y virtudes, haciéndome sentir por encima de los sentidos, que despierte cuando abra mis ojos y descanse cuando los vuelva noches- dijo Noha. El anciano la miró quietamente e invitó a la muchacha a pasar a su casa. Ya adentro, el sabio se acercó a una de las esquinas del ambiente y de un viejo baúl polvoriento extrajo una corona oxidada y vieja que tenía unas aplicaciones de piedras preciosas enmohecidas y se la entregó.
- Ve al pueblo y ofrece esta corona a los mercaderes. Baja por el camino que está al norte de la casa y así llegarás rápido. Regresa a esta casa si consigues que te den cinco monedas de oro por la corona. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó el anciano sabio.

 
Sin esperar mucho, Noha bajó al pueblo tomando el camino indicado y llegó a la plaza del pueblo, sacó la corona y la ofreció a los mercaderes pidiendo por ella cinco monedas de oro. Los mercaderes se echaron a reír de manera burlona. ¿Quién te va a dar cinco monedas de oro por ese vejestorio?- decían unos mientras los demás reían. En vista que nadie quiso comprarle la corona, Noha tomó el camino de regreso a la casa del sabio. Al llegar le explicó lo ocurrido. Entonces, el anciano le dijo:
 

- Ve al establo principal del pueblo y ofrece esta corona a los pastores. Regresa a esta casa si consigues que te den cinco monedas de oro por la corona. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó.

 
Noha partió con dirección al establo principal del pueblo y ofreció la corona a todos los pastores, pidiendo por ella cinco monedas de oro. También en esta ocasión, los pastores se burlaron del ofrecimiento. Todos lo hicieron, incluso el más viejo de ellos. Con la negativa aun retumbando en sus oídos, Noha volvió a la casa del jovato y le contó lo que había ocurrido. Entonces, el anciano le dijo lo siguiente:

 
- Al oeste de esta casa hay un camino de piedra que te conducirá a la casa de un ermitaño. Llama a su puerta y ofrécele la corona. Regresa a esta casa si consigues que te de cinco monedas de oro por ella. Cuando ello ocurra daré respuesta a tu pregunta- le indicó.

 
Noha partió con rumbo al oeste. A los diez minutos, siguiendo el camino de piedras, llegó a la casa del ermitaño y golpeó la puerta tres veces. El ermitaño salió casi al unísono.

 
- Buenas tardes, ¿qué es lo que desea?- preguntó el ermitaño.
- Buenas tardes. Mi nombre es Noha y he venido a ofrecerle esta corona a cambio de cinco monedas de oro- le respondió.
- Cinco monedas de oro ¿eh?- comentó el ermitaño, quien miró la corona con detenimiento y una sonrisa se le pintó en los labios. Sacó un pomo, una franela y una brocha de una cajita y comenzó a limpiarla con cuidado y fascinación. Te ofrezco diez monedas de oro por ella- le dijo a Noha, quien se puso feliz por haber conseguido lo que el anciano sabio le había pedido. La muchacha salió de la casa del ermitaño y corrió con rumbo a la covacha del anciano sapiente llevando las diez monedas dentro de una pequeña bolsa. Una vez en presencia del jovato, le contó lo ocurrido.

 
- El ermitaño me dio diez monedas de oro, ¿ahora dará respuesta a mi pregunta?- preguntó Noha.
- La respuesta ya la tienes. No es necesario que te la diga- le dijo el anciano sabio, sonriendo con un brillo enceguecedor.

 
La respuesta era clara. La persona indicada para Noha sería aquella que la VALORASE por lo que ella fuera en su esencia, más allá de lo que pudiera o no aparentar. Si bien la corona se mostraba oxidada, vieja y con las piedras preciosas por demás enmohecidas, debajo de esa engañosa apariencia se encontraba una joya invaluable y difícil de encontrar en el mundo. No cualquiera podría ser capaz de distinguirla a simple vista y es que para ello se deben tener cualidades muy especiales como la de valorar, apreciar, cuidar y amar.  
 
 
Los mercaderes sólo veían en la corona un pedazo viejo de hojalata al igual que los pastores. Sin embargo, el ermitaño vio más allá de lo que unos simples ojos podían ver y valoró la corona simplemente con verla, más allá de los simples sentidos porque poseía las cualidades para ello.

 
Todos tenemos una “corona” dentro de nosotros y sólo quien la sepa valorar en todo sentido, en todo momento y bajo cualquier circunstancia será digno de hacerla parte de su vida. En realidad, no hay mayor secreto que ese.
 
 
 
Dedicado a Marilia Fernández Pérez-Alcázar